Oigo el sonar de los tambores
Y entra nostalgia en mí
por la fuerza
africana que está en mi sangre.
El equilibrio
emocional me recuerda
lo frágil que soy al ritmo del tambor
sabiendo que nadie puede conmigo
cuando a lo
lejos emite su canto.
Tomo consciencia y mi fuerza
renace el ímpetu que ha guiado mi
vida por senderos a los cuales pocas
almas han transitado
y me veo la
mujer que no es más que la totalidad
de todo, inerte e irrompible, inmutable.
Me invade un impulso
de movimiento,
mi cuerpo clama entrar en calor,
se vuelve un mandato
cada vez que el
sonido timbra en mi corazón.
Siento que necesito moverme,
palpitar a ese ritmo, contagiarme y
retumbar. Mi piel se eriza, mi cuerpo
comienza a vibrar y a
librar energía tomando
ritmo.
Creo de alguna manera que la música
y la danza ejerce en mí, algo que en nada
iguala.
iguala.
Es curioso, ¿será por la vibración?
Porque de alguna manera me dejo llevar
por los acordes y las puertas se abren
como si fueran puñales que desgarran
una realidad rompible.
Tengo una necesidad imperiosa de
soledad,
tal vez de irme en las escalas de esa música,
alejarme de la gente, gente que amo
y me son tan
necesarios.
Pero al mismo tiempo, necesito respirarme
en silencio. Es como si de alguna manera esa
sea la única forma en que ordene las piezas del
ajedrez de mi mente.
He aprendido que para
aquel que busca de la
verdad, la mejor puerta para abrir es una mirada.
Cerré los ojos y el ritmo del tambor me levanto
del suelo, me abstraje del viento, viajé en el aire,
caminé por las nubes y cuando el tambor paro,
volví a bajar.
Este es mi regalo y en realidad esta soy yo,
El tambor lleno mi soledad.
Autora. Rosalía. R.R.
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