Hay mujeres bien capacitadas, súper profesionales, con
buenos puestos, funcionarias, legisladoras, hasta presidentas, PERO LES HACE FALTA EL CANDOR DE SER ELLAS MISMAS
muchas veces “ La esposa de” es la sombra difusa de su marido. Crece, miedosa,
como un yuyito al costado de un árbol inmenso. No tiene un universo previo al
compromiso, y si lo tuvo, lo disuelve con el tiempo. Su rutina y sus deseos son
un enfermo duplicado de la intimidad de su pareja. Vota al candidato que él
elige, frecuenta a sus amigos, se fanatiza con sus hobbies, ella tiene la autoestima por el piso y vive
convencida de que su marido es un hombre brillante, cuando en realidad, la
única que lo admira es ella. Inoperante
hasta lo prohibido. Un trámite sencillo es, para ella, una misión imposible de
completar. Si se inunda la casa, por ejemplo, en vez de cortar el agua y llamar
al administrador, se atrinchera en el baño y espera llorando que llegue su
esposo de la oficina. Si no puede esperar y tiene que comprar algún repuesto o
negociar con el plomero, no toma ninguna decisión sin antes llamar setecientas
veces al celular de su marido, que se las ingenia para incluir “boluda” e
“inútil” en todas sus respuestas. Si bien no trabaja ni estudia, no tiene ni un
minuto libre. Está demasiado ocupada haciendo malabares para que él no se
enoje: esconde las cosas que rompe, tira el extracto de la tarjeta de crédito
cuando se excede con los gastos o se confabula con la mucama hacer desaparecer
las camisas que juntas arruinaron en el lavarropas. El, por su parte, expresa
su cariño exhibiéndola como una perrita campeona en fiestas y recepciones,
arrimándola estratégicamente al lado de las desvencijadas esposas de sus
amigos, y bancándole algún proyecto estúpido relacionado con tortas o
bijouterie. Por este motivo, durante años acumula un
sereno resentimiento, que, si bien no es culpa de nadie, deviene en una
escandalosa infidelidad al promediar los treinta y cinco años. Es como la
esposa de elite. Una matrona de clase
alta que hace honor al viejo adagio que dice que detrás de un gran hombre hay
una gran mujer, creyendo que ser esposa de un hombre exitoso es un triunfo personal.
No se cansa de repetir que ella dejó su profesión para cuidar a su familia,
aunque en realidad, lo único que perseguía con su renuncia era dedicarse a mangonear
mucamas y comprar tonteras a jornada completa. No tiene ninguna otra aspiración
más que organizar cumpleaños, hacer de remisa de sus hijos o planear algún
viajecito. Y, a diferencia de las demás, que quisieran recuperar sus nombres y
abandonar el angustioso epíteto marital, cada vez que hace un llamado o se
presenta en algún lugar, se infla como gallina ponedora y cacarea: “Habla la
señora de fulano de tal CON ESE TIPO DE MUJERES NO PODEMOS AVANZAR.
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